Hay dudas necias que viven en la vida pública mexicana. Sin duda una de ella es quiénes son los llamados anarquistas o grupos violentos que aparecen en cada importante manifestación. Los vimos, en uno de sus grandes momentos, el 1 de diciembre de hace dos años, cuando Enrique Peña Nieto tomaba posesión. Después han vuelto en aniversarios del 2 de octubre y recientemente han aparecido en la quema del Metrobus y en el intento de incendio de una puerta en Palacio Nacional.
Y las preguntas son muchas. ¿Quién los manda?, ¿cuáles son sus objetivos?, ¿cómo se organizan? Preguntas que requieren respuesta. Pero hay una en particular que me llama la atención: por qué no los detienen.
Una posible respuesta es que no lo hacen porque no quieren. La cual, de ser cierta, implicaría una serie de acusaciones políticas que habría que acreditar. ¿Para qué o por qué la autoridad tendría interés en dejarlos actuar? Otra posible respuesta es más simple, aunque más dura: porque no pueden.
Eso implicaría que la Policía de la Ciudad de México, la que tiene más de 80 mil elementos en sus filas, no es capaz de hacer un operativo limpio para detener a los grupos violentos que cada cierto tiempo azotan a la ciudad.
¿Ante cuál de los escenarios nos encontramos? Porque lo único cierto es que quienes actúan de este modo, tienen todo para repetir. El ejemplo más claro es el del pasado sábado. Según las crónicas periodísticas pasaron más de 50 minutos desde que estos grupos hicieron su aparición hasta que intervino alguna autoridad.
Y cuando lo hizo, fue incapaz de capturarlos. En contraste realizó fue una cacería que terminó con 18 personas ante la PGR, 17 de las cuales fueron liberadas en menos de 48 horas, sin ningún cargo, por no existir evidencia que los vinculara con los hechos.
La trampa es que algunos medios afirman que los vándalos quedaron en libertad. No es así. Lo cierto es que los “vándalos” no fueron nunca detenidos, y en su lugar, detuvieron al que pasaba por ahí, al que grababa a la policía, e incluso, a quien salía o estaba en su trabajo sin ninguna relación con la manifestación.
¿Qué nos dice eso de nuestra policía?
Las fallas en las aprehensiones son una triple tragedia. En primer lugar, porque dejan en libertad a los verdaderos violentos; en segundo porque detuvieron a personas inocentes, algunas de las cuales reportan haber sido golpeadas o robadas; y en tercero, porque exhiben la fragilidad de nuestros cuerpos de seguridad.
Honestamente después de cada uno de estos episodios no puede uno dejar de preguntarse en manos de quién estamos.
Valga como motivo de esperanza (o de preocupación) una reflexión: no tengo ninguna duda que pronto la policía capitalina volverá a tener frente así el reto de detener a los verdaderos responsables. Y espero que cuando llegue ese día, no nos tengamos que volver a preguntar, ¿y por qué no los detienen?
(Mario Campos / @mariocampos)