Bueno, en realidad hasta pagué por ello. Somos masoquistas.
Llegas a un lugar paradisiaco. Mar, playas eternas, albercas de buen ver. Aquí está su bungalow, mire, ande de frentederechito y se mete al mar. Ni quien la moleste. Como estamos en plan ecológico, no hay aire acondicionado ni televisión. Pero, cierto, la construcción de las cabañas permite el gozo a pesar del calor (o con todo y su calortsssss). Comida de primera, actividades para sumergirte en el entorno. Tome usted su bicicleta, ande, #MejorEnBici (lo hipster se exporta). Ahí están las salinas (que no los Salinas), o un criadero de cocodrilos. La mañana es como escenario de película abrazadora: caminas por una playa desierta pero habitadísima (paradojas de la modernidad). Estrellas de mar que parecen centros de mesa, caracoles, conchas, algunos pececillos que ya dieron su vida, pelícanos esperando el almuerzo. Caminas y caminas y caminas. Te da tiempo de pensar hasta en tu epitafio. Por ahí te topas con una comunidad pesquera. Y la mirada se convierte en paladar, el gozo se multiplica a pesar de la calortssss.
Pero eso sí, no hay Internet.
Tampoco hay televisión, aunque eso lo superé sin sobresaltos. Las series en que estoy enganchada ya me acompañaban off-line. Y aunque lo mío lo mío es tener al Gourmet Channel siempre de fondo, pues ni modo. Así que la tele no la extrañé (en cuanto aparato conectado a una antena o cable de alimentación). ¡Jo!, pero el Internet.
Te entran algo así como síntomas de abstinencia. Primero piensas que ¡ah, qué bueno!, ya es hora de ver la naturaleza, convivir y leer un libro. Sólo que esas tres cosas las puedes hacer si, además, estás conectada. ¿Qué parte del multi(a)task no hemos entendido? Luego te da como la temblorina y buscas el único rincón del lobby en el que caen tres gotas de guaifai. Y ahí estás, en voyeurismo de tus redes y medio checando los sitios de siempre. De la temblorina pasas a la negación, #yasí.
Bueno, digamos que no fue tan así. La verdad es que pasé unas vacaciones #desuputamadre. Y, al final, la desconexión terminó siendo menor, si te apañabas el “rincón del guaifai” (deberían ponerle placa). Pero todo este choro de adicta sin recuperación es para recordar que si me quiero quedar sin Internet es porque… me quiero quedar sin Internet. Y no porque sea caro, inaccesible, con cobertura lamentable, velocidades de carreta, bloqueos debidos a “preocupaciones ambiguas en materia de seguridad nacional” y jaladitas de esas que, desde un pensamiento analógico, pretenden reconfigurar nuestro discurrir digital.
#hedicho
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(GABRIELA WARKENTIN / @warkentin)