En el video de 12 segundos observamos una mano con pedicura perfecta que, en un mapa del 2016 y con plumón rojo, tacha el nombre Distrito Federal. Pronto descubrimos que esa mano es de Miguel Ángel Mancera, quien aparece en uno de esos planos que en el cine son usados para reforzar el dramatismo. Después la cámara regresa a la mano, o sea a Mancera, y éste escribe sobre el mapa el acrónimo CDMX (sabe qué personalidad descubriría un grafólogo). Al final del video, un diseño sencillo con negro y rosa, los colores institucionales, nos dice: ADIÓS DF, HOLA CDMX.
El video lo compartió Mancera en redes sociales para celebrar que el Congreso de la Unión declaró la constitucionalidad de la Reforma Política del Distrito Federal. Quizá si nuestro regente no fuese tan impopular o si la clase política mexicana no tuviera el desprestigio que se carga, probablemente los chilangos habríamos festejado no sólo que la ciudad tendrá al fin una Constitución, sino que esta vez no recurrimos a la protesta para lograrlo. Pero la vida también es redonda y nada festivos son los comentarios de quienes han reproducido el video. Quitando el variopinto de insultos hacia Mancera, la mayoría se pregunta lo importante: qué beneficios obtendremos los ciudadanos y cuánto terminaremos pagando por el chistecito. Por lo que he leído y preguntado, esta reforma es solo para la administración de la ciudad y para distribuir el poder político. Es un asunto de políticos manufacturado por políticos. Es, además, una nueva manera de aumentar la burocracia: las alcaldías (que no presidencias municipales) carecerán de regidores; aquí se llamarán concejales y su parásita labor consistirá en ver y no votar. En síntesis: que ahora se llame Ciudad de México no le otorga ningún poder al ciudadano.
LEER LA COLUMNA ANTERIOR DE ALEJANDRO ALMAZÁN: CUANDO LA CORRUPCIÓN SE FRIVOLIZA
Un colega que cubre las actividades del jefe de gobierno desde los tiempos de López Obrador, me definió la reforma de manera autodidacta: “Es un alebrije; ni estado 32 seremos”. Y tiene razón: la reforma dice que sólo en caso de que los poderes federales se trasladen a otro lugar, la CDMX de Mancera se convertirá en Estado. Digamos que (casi) seguiremos como siempre: no habrá Gobernador (se mantendrá el título de Jefe de Gobierno; Mancera es regente porque sólo regentea la ciudad), no habrá cabildos en las alcaldías, las alcaldías no podrán contraer deuda… Como el alebrije: tenemos cabeza de centralismo y cola de provincia (Provincia: qué palabra tan despectiva; seguro la inventó un chilango).
Lo más cuestionable de esta reforma es la Asamblea Constituyente que redactará la constitución de la ciudad. Estará compuesta por 100 diputados. Los chilangos vamos a elegir a 60, según el principio de representación proporcional y mediante las listas de partidos. (Para ser candidato independiente, se necesitarán las firmas del 1 por ciento del padrón de la ciudad, algo así como 40 mil). Los otros 40 constituyentes serán por designación o por dedazo, como se le conoce científicamente. Peña nombrará a seis, Mancera a otro número igual y senadores y diputados, cada uno, escogerán a 14. Traducción: el futuro político del DF no está en manos de los chilangos; está en la de los partidos, principalmente en las del PRI, el que apenas gana dos delegaciones y diez diputadillos cada tres años; en las del PRD, el satélite del PRI; y en las de Mancera, el regente al que los reporteros le preguntan sobre los beneficios de la Constitución y él responde cosas ambiguas como: “Los beneficios van a ser que cualquier programa que pueda beneficiar a un estado, tendrá que beneficiar también a la Ciudad de México”.
Posdata
El Orden del Águila Azteca es la más alta distinción que el gobierno mexicano otorga a aquellas personas por su destacada actuación a favor de México o la humanidad. La han recibido cantantes (Bono y Serrat), escritores (García Márquez, Vargas Llosa, Álvaro Mutis), políticos (Fidel Castro, José Mujica, Lula), futbolistas (Franz Beckenbauer), empresarios (Bill Gates) y ahora también petroleros: Salmán bin Abdulaziz Al Saúd, rey de Arabia Saudita, (a.k.a) Guardián de los Santos Lugares, quien apenas el 2 de enero firmó la ejecución de 47 opositores a su régimen. Aplausos para Peña que, con tal de que lo rescaten de la crisis petrolera, condecora a un asesino.