¡Yo soy Lagrimita!… Cambiadme la receta, por @monocordio

Imaginemos, como en el entrañable poema de Juan de Dios Peza, Reír llorando, al payaso Lagrimita en vez del inglés Garrik acudiendo al doctor a quejarse de sus males.

Despojado del maquillaje que le caracteriza, el hombre le cuenta al galeno sus penas y sus dificultades, pese a ser rico y amado, y el científico perplejo sólo le atina a decir:

“Tomad hoy por receta este consejo:

sólo viendo a Lagrimita podréis curaros.

¿A Lagrimita?

Sí, a Lagrimita… La más remisa

y austera sociedad le busca ansiosa;

todo aquél que lo ve, muere de risa:

tiene una gracia artística asombrosa.

¿Y a mí, me hará reír?

¡Ah!, sí, os lo juro,

él sí y nadie más que él; mas… ¿qué os inquieta?

Así dijo el enfermo;

no me curo;

¡Yo soy Lagrimita!… Cambiadme la receta”.

Abatido, Lagrimita decidió tomar la última ruta, el último camino que puede tomar un payaso: el de la política. Y si bien pocos conocen sus dotes es esos terrenos, su argumento para ser candidato independiente a la alcaldía de Guadalajara es irrefutable: “La política está llena de payasos”.

Bajo esa premisa el célebre payaso autor de la frase “¡Qué barato!”, ahora lema de campaña, tiene la ventaja de que en esos terrenos por lo menos es un profesional del pastelazo, no como muchos de sus compañeros suspirantes a quienes se les nota falsos, improvisados y además les falta maquillaje.

Claro, tampoco hay maquillaje posible para una realidad que los suspirantes políticos no han terminado de entender, pero es inevitable sentir que arde el colon cuando los pre-candidatos de diferentes partidos políticos intentan convencernos de que están tan hartos como nosotros de la situación que vive el país.

Si estuvieran hartos como nosotros, lo estarían de ellos mismos; y si así fuera, más que agobiarnos a todas horas en la radio y la televisión con sus mensajes hipócritas en los que se gastan millones y millones de pesos, entrarían en un necesario ejercicio de autocrítica que los conduciría de manera irreversible hacia la auto-inmolación para librarse de sí mismos y que de alguna manera su hartazgo tenga sentido.

Como eso no va a suceder, sólo me queda seguir aguantando con serenidad e impaciencia ese tsunami de mercadotecnia política de quinta, mientras derramo una amarga lagrimita y exclamo: ¡Qué barato!

( Fernando Rivera Calderón)