La tarde del jueves 2 de julio, el cuerpo de Jacobo Zabludovsky llegó al Cementerio Israelita por la mañana. Un cielo plomizo recibió sus restos cuando la calle Sur 138 estaba desolada. Tres horas después, lo que ahí se vivía era un espejo de la carrera del periodista: a las puertas del panteón, cientos de policías, periodistas, algunos políticos y decenas de cámaras de televisión formaban un núcleo caótico de empellones y gritos semejante a aquellas marchas monumentales en México 68, 71 u 88, que sólo un parte mínima del país llegó a ver, porque en aquellos años nada existía si el periodista de los ojos azules no lo decía en 24 Horas.
Tendría 24 años cuando llegó a la XEX y conoció a un personaje vital para entender la construcción de Zabludovsy y de la línea editorial que enarbolaría los años siguientes: Miguel Alemán Velasco, quien era hijo del presidente Miguel Alemán Váldes. Era 1947 y justo ese año el gobierno alemanista había otorgado la concesión de la frecuencia a Romulo O´Farril, a quien la voz popular identificaba como prestanombres del primer mandatario.
Zabludovsky y Alemán recorrían juntos carpas y plazas de toros en donde el periodista hacía entrevistas a toreros y estrellas de teatro y cine. Encantado con la cultura y la audacia del periodista, Alemán se volvió su inseparable.
Del brazo de su poderoso amigo, Zabludovsky conoció al presidente Ruiz Cortines y más tarde al presidente López Mateos, uno de sus grandes amigos. Lo acompañaba en sus viajes al extranjero, conversaban todo el tiempo y por las noches ocasionalmente cantaban alrededor de una mesa de bar.
Su amigo López Mateos lo hizo funcionario de gobierno. ¿Si el brillante periodista, conductor de un noticiero en Canal 4, podía hacer televisión en una empresa privada, por qué no podía auxiliar también en la definición de la línea y el trabajo editorial de la radio y la televisión oficial?
Durante casi dos sexenios, Zabludovsky fue una especie de Dr. Jeckill y Mr. Hyde, con una vida pública en la televisión y una vida oculta en el gobierno, en donde recibió sin duda su mejor entrenamiento en el conocimiento de ese túnel oscuro en el que se cruzan los intereses de los periodistas y los políticos.
Alemán lo acercó a Emilio Azcárraga Vidaurreta y después a Emilio Azcárraga Milmo, y durante tres décadas todos ellos, aliados al gobierno priista en turno, convirtieron al país en una gran telenovela en la que el noticiero 24 Horas contaba lo que querían contar y proclamaba qué era verdad y qué era mentira.
Antes de que Azcárraga se hiciera soldado del PRI y del presidente, Zabludovsky ya estaba ahí.
(WILBERT TORRE)