Verónica López García.- La historia de las artes escénicas ha manifestado muy diversas formas de producción, creación y exhibición. Muchas de ellas han convivido en ambientes más o menos beligerantes. En la actualidad las formas escénicas predominantes en las carteleras mexicanas privilegian el teatro convencional que se manifiesta principalmente en edificios teatrales que administra el estado. Se trata de un teatro de texto en el que el valor literario y el protagonismo del director mantienen un peso mayor que el resto de los elementos que se ponen en juego. Al mismo tiempo se presenta otra forma de comunicación escénica más cercana al pensamiento y herramientas de las Ciencias Sociales para acercarse al otro. Creadores de ambos lados ahora se confrontan respecto a las estrategias que establece el estado para otorgar apoyos para producir, exhibir o poner en circulación el trabajo escénico. Y mientras esto ocurre en nuestro país, Grecia, el rotundo e incuestionable referente teatral para Occidente, hace dos anuncios contrastantes: en 2017 el festival de Atenas contará con una escuela de verano de teatro clásico. Se trata de un campamento que acogerá a 300 estudiantes de diferentes países para formarse en teatro antiguo. El segundo anuncio es que el Instituto Marina Abramovic, sí, -ahora esta controvertida artista serbia especializada en el permormance art, ha creado un instituto para difundir su método artístico que pretende promover artistas principalmente griegos con el proyecto As one, que concentrará en el Museo Banaki de Atenas a 29 artistas que crearán presentaciones originales basadas en el método de la serbia.
Con estos anuncios la circularidad de la historia nos confirman que todo pasa y poco se mueve. Mientras los artistas escénicos más vanguardistas fruncen el ceño y recuperan la vieja pregunta ¿para qué los clásicos? En el siglo XXI qué sentido tiene esta clase de arqueología escénica o espiritismo que resucite al teatro de Esquilo y Aristófanes, si es que eso fuera posible. Del otro lado los creadores más tradicionales observan con desdén el trabajo de Abramovic y su nueva apuesta en Atenas para gritar ¡eso no es arte! Qué privilegiar, ¿la arqueología o la innovación? Aquí y en Grecia ambas expresiones podrían convivir a través de debates propositivos que coloquen a discusión lo social y lo estético, si no fuera porque aquí y en Atenas, cada proyecto supone la inversión de recursos públicos y sus cuestionables criterios. En cada caso, ¿quién gana y quién pierde? Y lo más importante: ¿Qué está en juego?