El piso lleno de lunas

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Por: Gabriel Rodríguez Liceaga
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De verdad que se me hinchó el corazón nada más de imaginar cómo el efecto óptico del eclipse se reproducía en cada banqueta, azotea, techito, puente peatonal, tramo de césped o pedacito polizón adentro de las casas

El frenesí del eclipse solar me dio una mañana libre de juntas presenciales o videollamadas así que aproveché para imprimir, engargolar y mandar por correo una colección de cuentos a un concurso literario. Había yo decidido no interesarme en el eclipse por motivos más bien personales; sin embargo, me tocó vivirlo en la alegría de la gente.

La viejita que fotocopió mis textos estaba emocionada viendo la transmisión por la tele, justo cuando me iban a cobrar se salieron todas las que atendían la papelería porque “ya estaba el eclipse”. Todo Paseo de la Reforma se llenó de gente mirando hacia el cielo, mis conocidos y desconocidos en redes sociales estaban mirando al cielo. Mirando al cielo con una sonrisa que no les cabía en la cara, se entiende.


Camino a la oficina de correos me sorprendió la súbita visión de un innumerable número de cuñas de sombra en el suelo, alegronas y pisándose entre sí, formando una textura como salida de otro planeta. Reguero de uñitas, brotando por entre los huecos del follaje, titilando.

La sombra del roble era de uñitas, la sombra del pirul y del encino eran de uñitas. Un barniz mágico de lunas vestidas de sombra cubría todas las cosas de México, tapiz vivo y con naturaleza de hoja moviéndose alegre. ¡Cómo no sentirse feliz ante esto!

De verdad que se me hinchó el corazón nada más de imaginar cómo tal efecto óptico, minúsculo y monumental a la vez, se reproducía en cada banqueta, azotea, techito, puente peatonal, tramo de césped o pedacito polizón adentro de las casas.

También me hizo feliz imaginar a mi jefe, a sus jefes, a mi equipo, a todos los de la chamba tomándose unos minutos de su día para emocionarse con algo fuera de todo organigrama. Familias, amigos, gente que viajó para verlo, todos congregados por el ballet cósmico de carne y hueso. El efecto óptico duró lo que tarda uno en beberse un vaso con agua.

De repente las sombras se alinearon a su habitual danza sin carcajada. Fue en súbito, como cuando se te quita una cruda. Quedan las fotos que le tomamos al efecto óptico.

El efecto duró relativamente poco, poco comparado con la eternidad pero lo suficiente para que sintiéramos que algo dentro de nosotros se renovó. No hablo de vibras ni supercherías… hablo de alegría pura, de diamante.


Me di cuenta de que estaba empapado de sudor, un sudor diferente al habitual, sudor generado por un sol oculto tras la luna. De todos los calendarios humanos, es el espiritual el que más me interesa.

Ojalá recordemos más seguido que formamos parte del cosmos, que nuestros cuerpos son reproducciones perfectas a escala de la galaxia, que nos dominan y somos marionetas de fuerzas superiores e inabarcables, milenarias. Este lunes también aconteció un eclipse en cada uno de nosotros. ¡Ojalá me gane el concurso de cuento, chingue su madre!