Felipe Reyes.- Sucede en todo el mundo, las zonas de cualquier ciudad que ofrecen condiciones atractivas para sus habitantes provocan demanda de gente que desea vivir ahí y esa demanda, como en cualquier otro producto, se convierte en valor inmobiliario que provoca incremento en los costos. Los inmuebles más caros atraen a habitantes de mayor capacidad adquisitiva que a su vez atraen a comercios y servicios más caros.
En general la vida, en un barrio en el que la gente desea vivir, se vuelve más cara. Este aumento en el costo de la vida diaria propicia que los barrios con servicios de moda, oficinas nuevas, densificación apropiada, presencia de personas en las calles, buen transporte y espacios públicos atractivos, terminen expulsando a habitantes tradicionales acostumbrados a pagar mucho menos por su renta, su agua, la comida en la fondita de la esquina o el corte de cabello.
El círculo vicioso hace que sea así siempre. Lo que se planea como una política de ciudad encaminada a mejorar la infraestructura urbana para que sus habitantes tengan mejores servicios, hace que paulatinamente se expulse a los potenciales beneficiaros a zonas periféricas que carecerán de lo mismo que se mejoró.
Si tu calle tiene mejores banquetas, un arbolado envidiable, un parque cercano, rutas de transporte de primer nivel cercanas, sistema de bicicletas públicas, corredores peatonales llenos de cafés y restaurantes, escuelas a una distancia caminable, recolección de basura diferenciada, gente habitando las calles, iluminación apropiada y otras características de bienestar; seguramente deberás resignarte a que tu renta sea más cara, y si eres propietario deberás entender que el valor de tu propiedad es más alto que en zonas periféricas y por lo tanto será más alto el pago de tu impuesto predial.
El problema es cuando el bienestar llega de golpe a zonas que no tenían infraestructura. Barrios viejos con ruinas patrimoniales donde se repavimentan las calles, se mejoran los espacios públicos, algunos particulares comienzan a mejorar sus fachadas, comienzan a llegar nuevos habitantes, se empieza a poner de moda y en un par de años la renta que pagaba una familia con más de 50 años viviendo ahí se disparó 10 veces.
La inmensa mayoría de los habitantes emigrará a zonas periféricas huyendo de un desarrollo que no los incluyó.
Este fenómeno se conoce como gentrificación y sucede entre barrios, entre ciudades y hasta entre países. Si la gente del mundo quiere vivir en Londres, Londres será más caro que Barcelona y viceversa.
Debemos celebrar que en Guadalajara estén sucediendo tantas cosas al mismo tiempo y que el impulso de una generación pujante y entusiasta de tapatíos esté vislumbrando con fuerza una mejor ciudad para el futuro, pero también debemos cuidar que el desarrollo que viene no se quede atrapado al interior de una burbuja social y que sólo beneficie a los deciles de la población con mayor capacidad adquisitiva.
Las mejoras que vienen en movilidad, en espacio público, en oferta de vivienda y en general en la gestión de la ciudad, deben estar encaminadas a crear oportunidades y condiciones de equidad para todos. Y una pequeña omisión podría dar al traste con algo que pretendió acercarnos y terminó por segregarnos a unos de otros.
No es fácilmente evitable, quizá toda mejora traerá consigo algún grado de gentrificación y es entendible. Pero será extremadamente diferente un incremento moderado de valores acompañado por una intensa gestión social que propicie el desarrollo económico de los individuos y ofrezca alternativas reales de arraigo, a una mezquina limpia social que sólo propicie el desarrollo inmobiliario y expulse a la pobreza de las nuevas zonas “bien”.