Las calles del DF han sido invadidas por un nuevo ejército de tomadores de pelo. Primero fueron los “ejecutivos” que cargaban bolsas de una tienda departamental y te decían “¿Ya le dieron su muestra gratis?”, y que te enjaretaban una cremita chafa a cambio de tu dinero.
Ahora quienes acechan son los temidos vendedores de jícamas, chavitos de prepuniversidad que se acercan a ti con una sonrisa irresistible, con un carisma que no es humano, con una simpatía que claramente ha sido sintetizada artificialmente en laboratorio. Te saludan como si te conocieran de tiempo atrás, como si este encuentro casual fuera el pináculo de tu vida. Te agarran en curva, y ya que te tienen en sus manos… sacan el guacal de mercancía. Es demasiado tarde. Negarte a adquirir un bote de tubérculo rallado sería atentar contra ese lazo fraternal que has creado con el vendejícamas, esa amistad invaluable, esa conexión espiritual. Les vas a dar tu lana y vas a terminar con unas jícamas resecas y asoleadas que ni siquiera tienen suficiente chilito.
Conscientes de que han sido descubiertos, estos pillastres han refinado sus técnicas. Ahora te dicen: “Amigo, se te cayó algo”, así te detienes mecánicamente y… ¡PUM! ¡Las jícamas! O te extienden la mano, tú se las das y… ¡PUM! No te sueltan nunca más. O te chulean: “Amiga, qué bonito cabello”, “Amigo, qué padre tu camiseta”, y tú caes redondito.
He intentado preguntarles quién es su líder, quién es el villano jicamero detrás de esta sucia red. Tienen una respuesta muy bien articulada: “Somos un grupo de universitarios, nos estamos ayudando para nuestros estudios”. ¡Pamplinas! Claramente es un negocio multinivel, una pirámide donde les lavan el cerebro y de la que, sospecho, saldrán sin un Cadillac rosa (como en Mary Kay).
Pero algo hay que reconocer. Aunque seguro hay un mafioso enriqueciéndose por el trabajo y el esfuerzo de los jovencitos vendejícamas, estas chicas y chicos han aprendido en su turbio entrenamiendo lo que no viene en ningún plan de estudios oficial de ninguna institución de renombre: el arte de vender chingaderas.
(@plaqueta)