El mayor privilegio para mí en este mundo de los autos es, sin duda, cuando se alinean los astros a tu favor en un viaje de prensa. Lo anterior implica absolutamente todo, desde que el asiento que te toca en el avión esté exento del gordito roncador a un lado, de la señora platicadora que llega a opacar hasta el ruido de las turbinas, o tras aterrizar, que la fila de migración no haya sido invadida por 400 chinos recién bajados de un Airbus. Pero el correr con la suerte de ser interrogado por un agente migratorio durante 10 minutos, y no precisamente cuestionando tu ingreso, sino emocionado por las características del auto a probar en su tierra, es de las cosas que no tienen precio.
Los hotelazos en los que siempre me hospedan en estos viajes son todo menos comunes, y este de Lake Tahoe no solo calificaba de exótico, también era gigantesco y solitario por la fecha, casi para mí solo. De hecho, llegué a pensar que Jack Nicolson me atacaría con su hacha en un pasillo solitario.
Pero nada de esto es improvisado, todo tiene un por qué, y es que al igual que las máquinas de precisión y velocidad alemanas con apellido: “Porsche”, la organización es perfecta.
Lo mejor de todo fue el apoderarme de un Porsche 911 GTS con transmisión manual de 7 cambios… sí, de esa raza casi en extinción.
Los 450 caballos de fuerza, un buen copiloto, carreteras montañosas perfectas, mi inseparable detector de radares antimultas, y un playlist a modo con todo lo anterior, obligaron a mi cerebro a apartar un par de mis dañadas neuronas para guardarlo hasta el fin de mis días. Y sin restar mérito a muchos otros viajes, ¡este fue uno de esos!